Entrevista con la Diosa Dragón - Primera Impresión

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Finalmente llegó el día en que reuní todo lo necesario para hablar con Draxenath, la legendaria Madre de los Dragones, y diosa patrona de todas las criaturas escamosas y emplumadas por igual. Omitiré los detalles del ritual usado para contactarla, pues a los dioses no les gusta que se les hable por la fuerza. Estaba muy alterada al principio pero accedió a dejarme entrar a su escondite.

Había preparado con tiempo una ofrenda para ella, que consistía en una vaca de la más alta calidad, y un platillo de carne de cerdo marinada con una salsa hecha de tomate y ajo, servida sobre una cama de fideos hervidos y sazonados con mantequilla, espolvoreados con queso añejo rallado. De acuerdo a las leyendas, esas eran las ofrendas usuales para complacerla.

Un vórtice negro azabache se formó frente a mí. Era como si su oscuridad se estuviera tragando la luz de alrededor. Me llené de valor y entré, llevando las ofrendas conmigo.

Una vez del otro lado, había luz proveniente de dos cavernas masivas frente a nosotros, como si una enorme fogata ardiera dentro de ellas. Sus paredes estaban cubiertas de oro, y su tamaño era perfecto para que un dragón antiguo viviera en ellas.

El aire frío del lugar era succionado al interior de las cavernas, para ser expulsado momentos después, caliente como el vapor de un volcán activo. Ese inusual fenómeno se repetía periódicamente.

La vaca se asustó y trató de huir, pero jalé la brida y la detuve. Fue entonces que me di cuenta para mi asombro, de la razón para que la vaca sintiera temor. Esas no eran cavernas, sino los orificios nasales de un dragón imposiblemente masivo.

Gruesas formaciones de lagañas rocosas habían sellado sus ojos. Unas gigantescas garras removieron las rocas, revelando bajo éstas dos esferas brillantes como el sol. Su mirada era aquella de un león hambriento que observa a un antílope acorralado. Sentí frío, la sangre se me fue a los pies. Podía escuchar el fuerte golpeteo como el de un tambor, producido por la sangre que corría por las venas de mis orejas. Pensé que mi corazón iba a estallar.

Mis pensamientos en ese momento eran que aceptó mi visita, no para una entrevista sino para cenar. El cuerpo del dragón empezó a brillar y rápidamente se encogió mientras se transmutaba en una mujer humanoide. Era el doble de alta que un humano adulto. Su cuerpo estaba cubierto con escamas doradas y tenía grandes secciones sin escamas en la cara, pecho, abdomen y vientre, donde se podía apreciar su piel blanca como la nieve. Numerosos cuernos salían de su cráneo formando una corona. Su cabeza estaba adornada por una cabellera larga y lacia color rubio platino. Sus ojos seguían siendo reptilianos y de color dorado. Un par de alas de plumaje dorado se extendían de su espalda. Su larga y delgada cola era delineada por barbas similares a aletas.

Una vez que el brillo se desvaneció, se podían notar fácilmente manchas de gangrena por todo su cuerpo. Con la gracia y velocidad de un gato, agarró a la vaca del cuello con una de sus zarpas y la levantó. La cabeza de la vaca fue arrancada del cuerpo por unas fauces llenas de dientes afilados como agujas. Con su cola, sujetó a la vaca por las patas traseras, aun sosteniendo el cuello con la mano mientras bebía su sangre que brotaba a borbotones del cuerpo convulsionante.

La mujer tiró el cuerpo inerte hacia un lado una vez que se quedó sin sangre, y entonces giró su cara ensangrentada, dirigiendo su fría mirada asesina hacia mí. Lentamente se sentó en el suelo en una posición de rodillas, con sus glúteos descansando sobre sus talones, mientras extendía ambas manos hacia mí, como si esperara que le entregara algo. El calor en mis manos me hizo recordar, estaba cargando el platillo hecho especialmente para ella. De inmediato se lo di.

La Diosa se quedó ahí olfateándolo en silencio por un momento. Fue en ese momento que me di cuenta, había un aura oscura emanando de un misterioso sable con forma de cuchillo de carnicero, el cual le atravesaba el corazón. La gangrena era muy notoria alrededor de la herida del sable. No me atreví a preguntar nada. Mientras tanto ella probó el cerdo.

- ¿Es carne humana? - Preguntó con una voz gentil a manera de susurro. - ¡Es cerdo! - Le respondí. Lo saboreó por un momento. - Los humanos y los cerdos saben igual. Me encanta este sabor, y la cantidad de ajo, mantequilla y especias está bien balanceada. El queso es de extraordinaria calidad también.

Siguió comiendo en silencio. Una vez vacío el plato, se limpió la cara con las manos para luego relamerlas, de la misma manera que lo hace un gato después de comer. - Siento como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que probé este platillo. ¿Qué año es?

- Es el año 1132 de la Edad del Orden. - Le respondí nerviosamente. - ¡¿Qué?! - dijo furiosa. - ¿Acaso desperdicié un milenio esperando que esta espada me matara? ¡Pude haber muerto más pronto abusando de los dulces y el tocino! ¡¿Qué pasa con esta espada?¡

Con ambas manos, se sacó el sable del pecho y procedió a inspeccionarlo con el mayor cuidado. Sangre negra corrió de la herida, la cual se cerró de inmediato en cuanto el sangrado se volvió de un color rojo más saludable.



Se encogió de hombros, sus cejas y frente fruncidas en confusión. Envainó el sable en una vaina que portaba en su cintura y me miró de vuelta con una expresión de calma y aburrimiento. - Sigo viva y no tengo nada mejor qué hacer. ¿De qué querías hablar?

Es en ese momento que comenzó la entrevista.

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